Parafraseando a John Lennon sobre la vida como lo que pasa mientras hacemos planes, la revolución digital y el desafío medioambiental es lo que está transformando todo mientras a los mexicanos nos dicen que estamos en nuestra propia “cuarta transformación”, simplemente porque así lo han declarado los ganadores de las últimas elecciones.
El problema es que más que debatir sobre progreso y transformación, las noticias y las redes sociales se saturan de discusiones de política, temas del pasado y opiniones, ocurrencias, filias y fobias presidenciales, como con el llamado al Rey de España a disculparse por la conquista.
Peor aún, pareciera que no hay otro proyecto nacional para el futuro que eso, justo cuando arrecia la carrera tecnológica y los dilemas que genera. Hasta sobre el concepto de valor económico mismo, con bienes, servicios y mercados cada vez más inmateriales, inmediatos y sin fronteras, o las diferencias entre propiedad y acceso o empleo y prestación de servicio, que cobran actualidad con la economía colaborativa y modelos de negocio como el de Airbnb o Uber.
No por nada se busca instaurar un impuesto mínimo global a multinacionales tecnológicas como Facebook o Netflix, y los bancos centrales tratan de no quedar a la zaga del desarrollo de las finanzas descentralizadas y el potencial del blockchain. Los sistemas de pago van a cambiar a profundidad con el open banking y la banca como servicio (BaaS), que permitirán a bancos y fintechs compartir datos y clientes a través de APIs, y con cualquier negocio, que a su vez podrán ofrecer productos financieros directamente, como créditos y seguros.
Con eso y las criptomonedas no sólo queda en predicamento el modelo tradicional de intermediación bancaria, sino hasta el monopolio de bancos centrales y Estados nacionales en la emisión y control del circulante, con las implicaciones que cabe especular, incluyendo en sistemas de gobierno y geopolítica.
El comercio en tiempos de Amazon y MercadoLibre; los marketplace como el de artesanos de Etsy o los que firmas como Mirakl arman para grandes empresas; la venta en redes sociales, incluso TikTok; el marketing en Google; cualquier pequeño negocio con una tienda online por menos de 250 pesos mensuales con soluciones como las de Shopify o Tiendanube, con capacidad para llevar sus productos o servicios a todo el mundo… Son temas de nuestro tiempo, de transformación profunda, en pasmoso contraste con los temas de la llamada “cuarta transformación”.
Magnates como Larry Ellison, Peter Thiel y Jeff Bezos están invirtiendo millones en proyectos para prolongar la vida humana y arrecia la competencia por los viajes espaciales entre Bezos y Elon Musk. Entre tanto, nuestros magnates salen en primeras planas por la cena de tamales y atole en Palacio Nacional, no para anunciar un plan de conectividad 5G, transición energética o de política industrial para aprovechar estratégicamente la tensión entre nuestros vecinos y China, sino la compra de “cachitos” de “la rifa del avión presidencial” que el Presidente no usa por “austeridad republicana”, pero no puede vender ni al menos rentar para pagar el mantenimiento y el crédito.
Frente al mundo de la cuarta revolución industrial, en mundo real maravilloso de la llamada cuarta transformación se acusa a científicos de criminales peligrosos de “la ciencia neoliberal” y nuestro mandatario aparece en un video aleccionando sobre “la auténtica economía popular”, impulsada por su gobierno, ante un trapiche accionado por un caballo que produce “exquisito” jugo de caña a 10 pesos el vaso. Aunque tenemos varios unicornios tecnológicos de más de 1,000 millones de dólares que también valdría la pena poner en ese tipo de videos motivacionales.
Como Kavak, que revolucionó el mercado de autos usados y vale 8,700 millones de dólares a cinco años de su fundación; Bitso, el trading de criptomonedas líder en América Latina; el banco empresarial digital Konfío, que da préstamos a pymes que nunca lo lograron en sucursales de la banca tradicional; GBM y su modelo de inversiones, Clip y sus terminales de punto de venta para cualquier tiendita. Más los varios que vienen, como Merama, cuyo modelo de aceleración de marcas en el comercio electrónico acaba de obtener fondeo por 225 millones de dólares.
Mientras tanto, en los tiempos de las criptomonedas, las billeteras móviles y corresponsalías bancarias en cualquier tienda de conveniencia o changarro, nuestro gobierno quiere construir 2,700 sucursales del Banco del Bienestar, con el Ejército como contratista. Para el museo de elefantes blancos de nuestra sui géneris versión de transformación, como la refinería Dos Bocas y la contrarreforma energética.
Previo a la COP26 y en medio de la alarma climática, se lanza la iniciativa: entre otras cosas, que el combustóleo, con un costo multiplicado por cinco, tenga precedencia a la energía eólica y solar. Y luego, la puntada de que aun así cumpliremos con el Acuerdo de París, vía más energía hidroeléctrica… aunque 50% del territorio nacional sufra problemas crónicos de sequía, y donde no, creciente irregularidad de los caudales hidrográficos por una devastación ecológica severa. Ni agua ni dinero, pero prometer no empobrece (a los políticos).
Estos contrastes dan la sensación de que nuestro país estuviera por perder el tren del futuro, con depreciación acelerada de sus activos; en el andén de la obsolescencia, derrochando en anacronismos y pleitos políticos los recursos, el tiempo, la energía y el genio de una gran nación.
Retomando la metáfora platónica de las sombras de la realidad en la caverna, hay que salir de esta caverna de enajenación, no con la política: con esta política. Estamos perdidos si esperamos que en 2024 o algún día llegue el líder que “ahora sí” nos transforme. Más que caudillos y redentores, necesitamos más ciudadanos, emprendedores y unicornios en todas las áreas.